Gestionar emociones, gestión del talento, gestión de equipos, gestión del desarrollo profesional de las personas que conforman el equipo es uno de los cometidos de la gestora enfermera. Eso requiere estar pendiente múltiples detalles mucho más allá de las meras labores administrativas o de control.

Esta semana, queremos reflexionar en torno a esta idea, aprovechando el texto que nos han hecho llegar a través de un mail y que no tiene desperdicio, ya que aborda muchos aspectos básicos en 500 breves palabras. El mail dice así: 

Parecía una mañana cualquiera, pero iba a resultar tan sólo un mero paseo por el hospital. Llegué a sentirme sin capacidad, impotente ante la situación, sin fuerza, inservible, incluso inútil. Cómo todo un profesional sanitario puede hacerte sentir todo en eso en apenas treinta minutos. Quizás porque soy todavía un crío al que le quedan muchos obstáculos en el mundo laboral con los que lidiar.

Pasados esos primeros treinta minutos apáticos, digamos que entré, por así decirlo, en mi segunda fase: Rabia. Intentaba llegar a todo antes que él, ponerme los guantes a toda velocidad, caminar más rápido e incluso anticiparme a lo que iba a hacer. Nada de eso sirvió. Seguí  siendo un mero espectador.
Así entré en mi tercera fase: La desesperación. Abrumado por la situación y sintiéndome un cero a la izquierda cada minuto que pasaba, decidí apartarme y dejar de ser un perrito faldero. Tomé aire y volví a la carga.
 
Y es aquí, dónde llega mi última fase: El aprendizaje. Sí, el aprendizaje. Ya que aunque lo veía todo muy negro al comienzo del turno, puedo decir con total seguridad que ha sido de las mañanas en las que más he aprendido. He podido observar todo aquello que no se debe hacer en cuanto al trato enfermero – paciente. He dedicado el resto de la mañana a seguir a dicha persona, cuál cámara que graba un documental de animales, de esos aburridos que echan en la 2. Me ha llamado la atención en gran medida las conversaciones que mantenía con cada paciente. Solían ser como si se tratase de un guión totalmente preparado que repetía a una velocidad a la que era imposible entenderle. Transmitía al paciente estrés, nerviosismo y dudas. Después de soltarles su lección particular y antes de que los pacientes pudiesen articular palabra, él ya se había esfumado de la habitación. Me habían hablado del  “rayo jamaicano” , pero nunca pensé que hubiera alguien más rápido. Más parecía ser una máquina, obsesionado por su afán de hacer las cosas perfectas, llegando a curar un apósito sencillo hasta tres veces a lo largo de la mañana porque se había arrugado una “esquinita”. Mientras tanto yo me encontraba siempre a su lado observando. Me encargaba de saludar al paciente y ponerle mi mejor cara ante la situación que acontecía en cada habitación. 
 
Para concluir puedo sacar varias lecturas positivas de mi día. La primera es que la fábula de la liebre y la tortuga es cierta, no por ir muy deprisa llegas antes ni en las mejores condiciones. La segunda es que hoy he aprendido lo que es ser un “paje” en toda regla. Y la última, que el factor técnico es importante pero carece de valor sin el factor humano.